Todos hemos experimentado el dolor de la ofensa de alguien y muy seguramente hemos ofendido a otros causándoles dolor.

Lo que mas duele es cuando la ofensa viene de quien mas apreciamos o la persona a quien hemos ofendido es quien mas nos ha ayudado.

¿Qué hacer en esos momento de tristeza, confusión e intranquilidad?

Dice un viejo refrán: «Errar es humano, perdonar es divino». Luego entonces, si el perdón tiene un origen divino, ¿Cómo estimular y desarrollar esta práctica tan importante en las relaciones humanas?

Si pudiéramos estar dispuestos a humillarnos para ofrecer una disculpa o para perdonar a quien nos ha ofendido, si pudiéramos considerar de cerca las implicaciones de la decisión de perdonar y pedir perdón, disfrutaríamos más de la vida experimentando el descanso que Dios nos brinda al tomar seriamente esta decisión.

El aprendizaje del perdón se fundamenta en dos grandes realidades
1. Somos imperfectos… y
2. Necesitamos relacionarnos con los demás a sabiendas de que estamos expuestos a que nos ofendan o que nosotros ofendamos a los demás.

El no reconocer nuestros propios errores nos llevara cada día más a la insensibilidad y a ser muy severos en tratar con los demás.

Muy frecuentemente la vida nos va a dar grandes lecciones para aprender a ser más flexibles y considerar a las personas.

Dios usa cada circunstancia para quitar de nosotros ese corazón de piedra y mantener un corazón de carne.

Tomar conciencia de nuestras propias faltas es el requisito inicial para perdonar. Daremos un paso hacia delante en este proceso de restauración si somos capaces de ver primero nuestros propios errores haciendo un autoanálisis de nuestras motivaciones y acciones, antes de cuestionar las actitudes de los demás. Al reconocer nuestras propias faltas nos
pone en una posición de humildad, pero al mismo tiempo es agradable delante de los ojos de Dios, y traerá grandes beneficios como, la paz que produce el perdón.

Sigamos la recomendación que nos brinda el Salmo 19 12 ¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos.
13 Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión.
14 Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío.